Tras recuperar el aliento, y viendo el estado lamentable en el que había quedado el grupo, decidieron abandonar la sala del trono, sin tomarse siquiera el tiempo necesario para registrar a los cadáveres que allí había. Pero al ir a salir al exterior, dos flechas por poco impactan sobre Kildaren. Protegiéndose con la construcción, el explorador atisbó el exterior, comprobando que un nutrido grupo de hobgoblins decorados con pinturas de guerra habían tomado posiciones cubiertos por la pequeña muralla interior, y que algunos avanzaban protegidos por la alta hierba. El grupo retrocedió de vuelta a la sala, tratando de buscar desesperadamente otra salida. Mientras Varinth y Mohn reunían los cadáveres en la entrada de la sala formando una grotesca barricada, el resto registraba las paredes y suelos en busca de alguna entrada oculta. Al final la encontraron bajo el extraño símbolo del suelo, pero no había una forma aparente de abrirla. Algunas flechas empezaron a caer al interior de la sala, pero la barricada impidió que causaran daño a los defensores. También cayó un frasco de fuego alquímico que estalló en llamas sobre los cadáveres, prendiendo parte de la ropa de Naergoth, pero este no pareció sufrir daño alguno por las llamas. Finalmente, los esfuerzos de Kildaren, Iliana y Lili dieron sus frutos, encontrando unos resortes en los reposabrazos del trono que permitieron la apertura de la entrada subterránea, apareciendo ante ellos una escalera de caracol. Descendieron sin dilación, accionando otro resorte en el interior de la escalera de caracol, lo cual comenzó a cerrar la apertura. Lo último que vió Kildaren antes de descender fue la figura de una hembra drow armada con un látigo y una ballesta de mano difusa por el humo de la pira de cadáveres.
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